Juramento de Mattiwaza
Tabla con el Juramento de Matiwaza en escritura cuneiforme.
Es un documento que para muchos arqueólogos e historiadores, encabezados por Georges Dumezil, evidencia el origen común y las importantes relaciones entre las religiones de los pueblos indoeuropeos, que podría indicar la existencia de una probable religión protoindoeuropea anterior a su diversificación.
En el año 1907 d. C. se descubrió en Bogazkoy (la antigua Hattusa, capital del Imperio hitita), un juramento de fidelidad al emperador Suppiluliuma I, suscrito por su vasallo Mattiwaza, rey de Mitanni, a quien el primero había repuesto en el trono y concedido además la mano de una de sus hijas. Estos dos faustos sucesos, restauración y boda, debieron de ocurrir alrededor del 1340 a. C., y significaron un respiro ―el último respiro― para el reino de los mitanios, reducido ya por los hititas a un estado de humillante postración.
En el documento, Mattiwaza se comprometía a mantenerse fiel al emperador de Hatti, poniendo por testigos y garantes no solo a varios dioses babilónicos y sirio-hititas, sino también a unas divinidades ajenas a las religiones hasta entonces conocidas en Asia Menor, y muy familiares en cambio a la literatura india antigua, a saber: Mitra, Varuna, Indra y los dos Nasatía o Asuin (estos dos últimos una pareja de mellizos).
No se trataba, pues, de dioses comunes a los indoeuropeos anatolios, tronco al que los hititas pertenecían, sino de divinidades específicas de su rama más oriental, la de las lenguas indoeuropeas en satam (indoiraní), a la que correspondían los hablantes del sánscrito y del iranio.
Una de las explicaciones más consensuadas entre los expertos para este fenómeno es que, hacia el año 2000 a. C., los antepasados de los mitanios se desvincularon de sus hermanos indoiranios y se dirigieron hacia la Alta Mesopotamia, mientras los demás lo hacían hacia la India, donde llegarían a dominar a la población aborigen, pese a hallarse ésta en un estadio de civilización mucho más avanzado que el de sus dominadores, una civilización plenamente urbana, dueña de una escritura propia e incluso de un arte refinado, particularmente en el terreno de la glíptica (la llamada cultura de Mohenjo Daro).[3]