Origen
Hasta antes de su implementación, la guerra era costeada con los aportes particulares de los vecinos de cada cabildo y con contribuciones forzosas. La gran rebelión mapuche de 1598 superó esta precaria fuente de recursos, debido a la pérdida de haciendas, de los lavaderos de oro de Valdivia y la constante fuga de mano de obra indígena al territorio mapuche libre, que redunda en una baja productividad agrícola y una crisis alimentaria.[1] Por otra parte, la pérdida de las fundaciones establecidas al sur del Río Biobío, con su consiguiente migración, contribuyó aún más al desquiciamiento de la economía interna de Chile.
Más aún, la derrota sufrida por los españoles en el Desastre de Curalaba era un síntoma de la ineficacia del ejército formado por vecinos y reclutas, mayoritariamente movilizados en levas forzosas en Perú. Los informes de Alonso de Ribera y otros oficiales, sobre la informalidad de las compañías españolas en Chile, convencieron a la Corona de emprender la profesionalización de la milicia, y de dotar a ésta de una entrada permanente de dinero.
El tesoro del Perú, por su parte, venía haciendo gastos desde hacía décadas para el mantenimiento de la guerra mapuche; ya sea organizando frecuentes destacamentos de refuerzo o mediante el envío de bagajes y armas. Estos gastos, si bien eran relativamente cuantiosos, no tenían mayor regularidad y se decidían en función de las comunicaciones desesperadas que se despachaban desde Chile todo el tiempo.