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Durante la Segunda Guerra Mundial, El Cairo fue el centro de la toma de decisiones tanto económicas como militares de los británicos para todo Oriente Próximo. Esta posición estratégica clave permitió al gobierno egipcio entrar en conversaciones con otros países árabes para consolidar una unión más estrecha entre todos ellos. En ese momento, la situación en todos los Estados Árabes era muy diferente; mientras que en los gobiernos de Irak y Siria había una clara voluntad de fomentar los vínculos entre los países árabes, en el Líbano (con una importante población cristiana) no se veía con tan buenos ojos. En Yemen, Arabia Saudita y Egipto el sentimiento de unidad árabe ya estaba más extendido, aunque siempre manteniendo por delante los intereses nacionales.
Lo que estaba fuera de toda duda era el hecho de que la guerra había contribuido notablemente a consolidar el sentimiento de unidad entre todos los árabes.
Este estrechamiento de lazos desembocó en un primer intento de creación de una Liga de Estados Árabes, favorecido además por el impulso británico, que se aseguraba así la influencia en la zona.
El primer borrador, desarrollado por el primer ministro de Iraq y por Reino Unido, establecía cinco puntos por los que se habría de regir la unión:
- Se concedería una pequeña autonomía a los judíos de Palestina.
- Creación de la Liga Árabe, formada por la unión de Iraq y de la Gran Siria.
- Formación de una Gran Siria, que estaría formada por Siria, Palestina, Transjordania y Líbano.
- La Liga tendría un consejo permanente encargado de coordinar las cuestiones relativas a la administración y gobierno, los asuntos exteriores, la defensa, las cuestiones económicas y la protección de las minorías.
- Los maronitas de Líbano tendrían un régimen privilegiado.
También se establecía que esta unión estaría dirigida por la familia Hachemita. Sin embargo, este primer proyecto contó con una importante oposición; claramente en contra se manifestaron la comunidad judía, gran parte de la opinión pública libanesa, una parte de los sirios que defendían su propia nacionalidad al margen del resto de pueblos árabes, Egipto (que aspiraba a una unidad bajo su hegemonía) y el rey de Hiyaz, que no veía con buenos ojos que se forjara en su frontera norte una unión tan fuerte dominada por la familia Hachemita. Esta fuerte oposición abocó al proyecto a su fracaso. Ante el poco éxito de los Hachemitas en el proceso de unidad, el presidente egipcio Nabas, lanzó un segundo proyecto que suponía un menor grado de integración pero que contaba con un mayor apoyo, especialmente por parte de los ingleses. Después de dos conferencias (Alejandría en 1944 y El Cairo en 1945) y una intensa labor diplomática se consiguió, presionando a los países más reticentes, crear la Liga de los Estados Árabes. Esta unió a siete países con relativa capacidad de acción: Egipto, Siria, Líbano, Transjordania, Iraq, Arabia Saudita y Yemen del Norte, junto con un representante de los árabes palestinos, dejando las puertas abiertas a la posible entrada del resto de países árabes que quisieran unirse a ellos una vez lograsen su independencia.
Se estableció su sede fija en El Cairo. Aunque se prohibía la injerencia en asuntos internos de otros países, sí se marcaron una serie de objetivos: fortalecer las relaciones entre los estados miembros, coordinar sus políticas para salvaguardar su independencia y soberanía, y en general, todo cuanto afectaba a los asuntos e intereses de los países árabes. También se estrechaba la cooperación en materia económica, en comunicaciones, en asuntos culturales y en las políticas de bienestar social. Se alcanzó el acuerdo de no recurrir a la fuerza para resolver conflictos entre los miembros de la Liga.