Antecedentes
Las causas de esta batalla venían de varios años atrás. Tras la firma del Tratado de Utrecht, que reconoció a Felipe V como rey de España, este país se comprometió a evacuar varios territorios que hasta entonces había tenido en Europa: los Países Bajos españoles, el ducado de Milán, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Menorca y Gibraltar. España perdió también gran parte de su peso político en el escenario europeo y pasó a ser una potencia menor en este continente, además de perder su papel como principal potencia en el Mediterráneo occidental. Entonces dicho papel pasaba a manos de Gran Bretaña, la nueva potencia marítima emergente, que además de Menorca y Gibraltar también había recibido durante la Guerra de Sucesión Española la isla de Terranova y poseía la mayor flota del mundo. Si España quería volver a recuperar parte de su perdido poder, chocaría irremediablemente con Gran Bretaña.
A pesar de ello, el rey Felipe V, asistido por su principal consejero, el cardenal Giulio Alberoni, decidió intentar una nueva expansión en el Mediterráneo. En 1717, 8500 soldados de infantería y 500 de caballería partieron de Barcelona y desembarcaron en Cerdeña, ocupando la isla sin problemas. Al año siguiente, 38 000 soldados hicieron lo mismo con gran parte de Sicilia. Gran Bretaña no tardó en mover ficha: el 11 de agosto de 1718, la flota de José Antonio de Gaztañeta fue destruida en las cercanías de Siracusa por una escuadra británica. Los ingleses explicaron el hecho escudándose en la violación española del Tratado de Utrecht, a lo que España respondió declarando la guerra.
Alberoni sabía que la armada británica sería imbatible en alta mar y que cualquier desembarco en la Península tendría consecuencias desastrosas. Por ello, decidió tomar la iniciativa y llevar la guerra a suelo inglés.
El plan de Alberoni
En aquel momento, Gran Bretaña se encontraba inmersa en una guerra civil debido a la pretensión al trono de Jacobo III Estuardo, último rey católico de Inglaterra, depuesto recientemente por Jorge I de Hannover. A este conflicto se añadían las constantes revueltas nacionalistas en Escocia, cuyos protagonistas simpatizaban en ese momento con el bando jacobita. Si España conseguía agitar aún más ese complicado escenario, Jorge I caería y Gran Bretaña tendría un aliado de España en el trono que bien podría permitir una mayor presencia hispana en los mares y tierras europeas, así como reconocer sus aspiraciones sobre las antiguas posesiones españolas en Italia.
El plan original del cardenal Alberoni constaba de dos fases. En la primera,
George Keith, décimo conde mariscal y simpatizante de la causa jacobita, se infiltraría en Escocia al mando de 300 infantes de marina españoles con el fin de levantar a los clanes del oeste contra los ingleses y tomar alguna plaza fuerte. Esto no era en realidad más que una simple maniobra de distracción con el fin de que los ingleses llevaran más tropas y barcos hacia el norte, dejando menos protegido el sur de la isla.
Una vez conseguido esto, la flota principal de 27 naves y 7000 hombres a las órdenes de
James Buttler, duque de Ormonde (antiguo capitán general del ejército británico, exiliado en España), desembarcarían en el suroeste de Inglaterra o Gales, donde los simpatizantes jacobitas eran abundantes. Junto con las tropas locales que se les unieran, el gran ejército resultante se dirigiría hacia el este para asediar y tomar Londres, deponer a Jorge y dejar el gobierno en manos de Jacobo.
Las cosas se complican
A las tres semanas de salir de Cádiz, la flota de Ormonde fue sorprendida por una tormenta a la altura de Finisterre que dispersó y dañó la mayor parte de los barcos. Por ello, regresaron a distintos puertos de la Península y se dio la orden de abortar la misión. Al igual que en 1588, el mal tiempo salvaba nuevamente a los ingleses, mientras que Keith y los suyos quedaban condenados al fracaso en Escocia. Unas semanas antes de que la gran flota fuese puesta fuera de combate, el conde mariscal había ocupado sin problemas la isla de Lewis, al oeste de Escocia, y su capital, Stornoway, donde se instaló un primer campamento. El 13 de abril finalizaron los preparativos y desembarcaron en las Tierras Altas, cerca del
lago Alsh. Los highlanders no se sumaron a la revuelta en la suma esperada (los españoles llevaban cerca de 2000 armas de fuego para repartir entre sus aliados), pues desconfiaban del éxito de la empresa y en muchos casos se negaron a combatir sin recibir antes noticias de la expedición del sur. Keith se vio obligado a desestimar el plan inicial de atacar Inverness y se dirigió hacia el castillo de Eilean Donan, estableciendo allí el cuartel general, donde se guardaron la mayor parte de las armas y pertrechos. Las dos fragatas que habían transportado al contingente regresaron a España. Unos días después, la mayor parte de los hombres se dirigieron hacia el sur, tratando una vez más de recabar mayores apoyos entre los escoceses. En el castillo quedó una pequeña guarnición de 45 a 50 hombres, en su mayoría españoles.